En la salud como en la enfermedad, Cristiano. En la hora crítica, Cristiano. En Madrid como en Múnich, el delantero apareció en el lugar del nueve. Puede que su velocidad y su regate no sean como antes, pero su pegada es incomparable. Es el Tyson de este ring verde sobre el que el Bayern ganó a los puntos durante muchos minutos, porque carece de lo que tiene el Madrid. Ni es comparable su gol, ni es comparable su alma, no en la actualidad, a pesar de su buen partido. Reclame lo que reclame, sucumbió en esos momentos en los que el Madrid vive donde el resto muere. Nadie sabe por qué, ni siquiera Cristiano.

Es una fuerza interior que ha puesto al portugués en su mascarón pero que se expresa en la resistencia de Sergio Ramos, en las carreras de Marcelo, pletórica la del tercer gol del portugués, y en el desparpajo de Asensio, autor del cuarto. En un día de retos, pues, mejor vestirse de blanco. Isco lo hizo. Por juego y por aclamación. De la convicción únicamente es posible saber en el interior de Zidane. Decidida la titularidad del malagueño, en lugar del lesionado Bale, había que ver cómo se ubicaría y de qué forma influiría en la disposición del equipo. Lo hizo como vértice más adelantado de un rombo en el centro del campo. Es la posición que mejor optimiza sus cualidades, sean el regate, el pase o el gol. Cuanto más se acerca a Isco al área, más se cotiza. El rombo, sin embargo, es una fórmula que precisa de mucho balón, mucho. Si no, el peligro aparece en la zona que se desprotege: las bandas.

De esa forma empezó todo, con la amenaza que llegaba por la profundidad de Alaba, un portento, y Lahm, uno de los futbolistas que más sabe de este oficio en Europa. Por algo Guardiola se lo llevó al mediocentro: los más listos, donde se piensa. Esa etapa quedó atrás, pero Ancelotti no es hombre de cambios drásticos, por lo que el Bayern continúa a gusto con la posesión, aunque no se traduzca en todas las ocasiones que debiera. De hecho, el arranque del equipo bávaro en el Bernabéu no fue diferente al que tuvo en este mismo estadio cuando era dirigido por el catalán. Tocó y llegó en condiciones de superioridad al área, pero con poca claridad en la finalización, refugiado en los centros. Una cosa es recuperar a Lewandowski, ausente en Múnich, y otra entregarse por completo a su remate. Eso dice poco de un equipo tan rico y sofisticado.

Ribéry buscó las situaciones de dos contra uno frente a Carvajal, al que un despiste pudo costar carísimo. A partir de entonces, se creció, ayudó a Nacho ante el polaco, primero, y Müller, después, y avanzó. Fue ubicuo, el mejor del Madrid.

Alaba ganó el área, pero Marcelo puso su cuerpo ante Lewandowski para rechazar su remate. No sería la primera vez, ya que, también en el arranque del segundo tiempo, estaba en la línea de la portería, superado Keylor, para detener la parábola de Robben. Entre esas dos situaciones, el Bayern no volvió a detener la respiración del Bernabéu, a pesar de tener minutos de dominio, hasta el segundo tiempo. En cambio, cuando el Madrid se lo sacudió, provocó un aluvión de ocasiones, descubrió lo mejor de Neuer y hasta lo peor de Cristiano, al que la ambición por el gol le llevó a tomar malas decisiones en perjuicio de Kroos y Benzema. Sin ese egoísmo, Cristiano no sería lo que es, no llegaría, como lo hizo, para rematar a la red y empatar, en Madrid como en Múnich.

Carvajal disparó, Boateng sacó un remate de Sergio Ramos y Hummels hizo lo propio frente a Kroos. Junto a las anteriores ocasiones, era producción suficiente para haber tomado la iniciativa en el marcador, pero falló el fuego, con Benzema fuera de foco. El consuelo para el Madrid es que tampoco las principales referencias ofensivas del Bayern habían conseguido hacer la diferencia, en especial Robben, uno de los pocos futbolistas del mundo capaces de eliminar piezas por sí mismo. Al salir de nuevo de la caseta, lo demostró.

Casemiro derribó al holandés con claridad en su entrada en el área. Tanto su amonestación como la de Arturo Vidal condicionaban a dos jugadores clave para el trabajo de sus equipos. El chileno acabó expulsado cuando menos lo merecía.

Lewandowski no dudó en los 11 metros, pero a partir de ese momento quien lo hizo fue el Madrid, temeroso, poco intenso en la presión. Zidane retiró a Benzema e Isco para dar entrada a Asensio y Lucas Vázquez, en busca de poblar el centro del campo y a la vez afilar las bandas. Le sentaron bien, pero el empate llegó por un robo de Casemiro y un centro al que llegó Cristiano, al anticiparse a Lahm. El error provocó el gol de Sergio Ramos en propia puerta y la prórroga, donde sólo hubo un equipo, un líder, Cristiano, en fuera de juego o no, siempre frente al gol.

 

Vía El Mundo