Por ganar su ‘major’ número 15. Por hacerlo por primera vez saliendo desde atrás. Por conseguirlo 22 años después del primero y 11 después del último. Por lograrlo con las cicactrices de cuatro operaciones de espalda que le dejaron al borde de la invalidez. Por hacerlo tras regresar del infierno de las adicciones…
Tiger Woods elevó aún más su estatus de leyenda universal del deporte este domingo con una victoria cuyos ecos resonarán hasta el final de los tiempos en el Augusta National. En el campo en el que emprendió su revolucionaria obra en 1997, completó media vida después una reaparición sin parangón en la historia del deporte. En este mismo lugar confesó a sus íntimos hace dos años que estaba «acabado para el golf». La espalda, entonces, apenas le permitía estar sentado en la tradicional Cena de Campeones.
A la tercera fue la vencida para Woods, que había rozado con los dedos el triunfo en sus dos últimos grandes. En el British Open lo dejó escapar tras unos primeros nueve hoyos de ensueño. En el PGA Championship se lo arrebató Brooks Koepka, representante de tantas y tantas generaciones de jugadores que llegaron al golf atraídos por su magnetismo.
En ambos casos había salido a cuatro de la cabeza y le habían bastado nueve hoyos para asaltar el liderato. En esta ocasión partía a dos, pero por delante estaba Francesco Molinari, quizá el peor rival posible.
El italiano, un tipo aparentemente inmune a la presión, le había ganado el British y, meses después, y le amargó su regreso a la Ryder Cup en París. Salía líder en solitario y con 43 hoyos consecutivos sin bogey. Woods tenía razones para sospechar que le tendría que arrancar literalmente la chaqueta.
A Molinari le conocen como ‘La Máquina’ por su capacidad para repetir una y otra vez el mismo golpe. No suele fallar el italiano, pero hoy lo hizo. De la primera salió con vida. La segunda le costó la chaqueta.