En una noche electrizante en el SoFi Stadium, la selección de Panamá desafió todos los pronósticos y escribió una nueva página dorada en su historia futbolística. Frente a un Estados Unidos dominante, con un aplastante 67% de posesión y un asedio constante sobre el área panameña, los dirigidos por Thomas Christiansen resistieron, pelearon y, con un solo disparo al arco, lograron lo impensado: clasificar a la gran final de la Liga de Naciones de la Concacaf.

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El partido fue una batalla de resistencia. Mientras los estadounidenses movían el balón con paciencia, buscando el resquicio en la férrea defensa canalera, Panamá se aferró a su plan con disciplina. Cada balón dividido fue una guerra, cada despeje un suspiro de alivio, cada minuto una prueba de fe. Y cuando el reloj agonizaba, llegó el momento soñado.

Cecilio Waterman, con alma y corazón, apareció en el área para conectar el único remate a puerta de Panamá en todo el partido. Un latigazo certero, un instante de locura, un grito de desahogo que silenció a miles en el estadio y desató la euforia en todo un país.

¿Merecido? Que lo digan los números: 100% de efectividad, 90 minutos de sacrificio absoluto, un planteamiento defensivo casi perfecto y, sobre todo, una convicción inquebrantable. Panamá no solo resistió, Panamá creyó. Y cuando se cree, se lucha. Y cuando se lucha, se gana.

Hoy, los guerreros canaleros están en la final. Contra viento y marea, contra estadísticas y lógica. Porque en el fútbol, más allá de la posesión y los disparos, gana el que más lo quiere. Y Panamá lo quiso más.

¡A un paso de la gloria!

 

por: Thomas Aristizabal