El Cai, en lo táctico, planificó el partido como debe ser, estudiando las debilidades de su rival, especialmente en la zona defensiva y sacando ventaja de una cancha muy rápida. No fue casualidad que explotaran las bandas de esa manera tan contundente, y fue, que así entrenaron y utilizaron a sus jugadores más livianitos, para explotar esas autopistas hibridas del estadio de la U, allá en Penonomé, con dos pitufos. Si, esos dos que hacen pichulinadas y liposucciones futbolísticas y siempre alimentados por un águila que sabe cuándo volar y cuando quedarse en su nido.

Y detrás de esa águila aparece un Hurtador de pelotas con cara de niño inocente, con mirada perdida, con un correr como a media máquina, ese que tiene la cadencia de Laury Batista en su andar por la cancha, y que me recordó ese monstruo de la NBA, que parecía quedarse  congelado en el aire cuando saltaba a convertir una canasta y por esas casualidades porta el número 23.

Este jugador para mi es determinante en el orden del equipo, con una cualidad importante,  mirar antes de recibir la pelota y saber qué hacer con ella antes de tenerla, ese que siempre recibe solo, que nunca hace alarde de nada, y que guardando las proporciones, me recuerda a aquel jugador brasileño campeón del mundo que jugo del Celta de Vigo, cuando decía, yo quito la pelota y se la entregó al que sabe.    

Y adelante un calicho nada “small” y si muy oportuno, que como buen goleador no perdono la libertad que le dieron en el primero gol, que abrió el camino para degustar un buen asado.     

Fue una final donde hubo dos niveles, nada parecido a ese partido de la segunda vuelta en el Rommel Fernández que quedo 3 por 3 y que catalogue el mejor partido de esta temporada, por todos los ingredientes que tuvo.   

Fue una final amena, de técnicos panameños, de épocas diferentes y con estilos diametralmente opuestos y que lo reflejan en su forma de dirigir. El chorrerano, que como jugador fue tranquilo y no llegó a ser de las figuras más importantes de nuestro fútbol, pero cumplidor en sus funciones dentro de la cancha. Sin mucha gesticulación y que como técnico es igual, medido en sus pronunciamientos, aceptando con hidalguía cuando ha sido superado.

Se convierte Franklin Narváez en el técnico panameño más ganador en nuestra liga y de manera consecutiva, acompañado de otro ganador, yo diría que uno de los preparadores físicos más laureados, que también es de bajo perfil, que sabe ocupar su lugar en el banquillo.

El susodicho, en su juventud realizo saltos muy largos en su carrera, siendo el segundo saltador más importante de Panamá después de Irving Saladino. Ese sencillo profesor de Educación Física se encarga de tener a los vikingos, siempre listos para embestir cualquier vacuno que se aparezca en el engramado.

Por el otro lado un debutante en un banquillo muy exigente, gloria de nuestro futbol, con un recorrido muy amplio como jugador, al igual que su temperamento. Pero que tendrá que aprender en el camino, que como líder, debe dominar más las pasiones, no entrar a pelear con los árbitros y con el público como uno más, ya que su rol es otro y debe ser el primero en manejar esa llamada inteligencia emocional, y cambiar “el pin”, digo el chip…

Que viva el futbol, el que genera más pasiones y une corazones.

Por: Carlos William Otero. Periodista Deportivo.

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